martes, junio 23, 2009

 

capítulo 5.30 [-3 GMT]

[ya no atiende el teléfono. ni se molesta en oírlo. de hecho, ya no tiene teléfono. se mudó.]
es temprano a la mañana. hace frío. no hay luz del sol todavía y la lámpara de 60 watts ilumina su cuarto. se levanta despacio y siente el golpe de temperatura. las frazadas resguardan el recuerdo de una noche de sueño patentada en arredo. son esas sábanas que se trajo al campo, un par de las únicas cosas que se trajo cuando se mudó. bueno, con el televisor. y el enganche a directv. y otro para la computadora. pero sin teléfono. ahora charla por skype y esos programas. y se levanta temprano. antes de que salga el sol. y no le gusta dar vueltas en la cama, porque sino, no se levanta. prefiere pegar un salto, empaparse de frío, calzarse sus ojotas y caminar a la cocina para hacerse un café. recalentarlo en el microonadas o lo que sea. le gusta ese olor a frío y cierta soledad. le gusta abrir los postigos y ver cómo despunta el día al tiempo que enciende la computadora. una hora leyendo diarios por internet y ya se siente mejor. quizás se fuma uno, dos, tres, cuatro cigarrillos. depende si se acordó de comprar o tiene que racionar hasta que sea la hora de ir al pueblo. mientras tanto, navega. y lee cosas interesantes. y sigue al pie de la letra las recomendaciones de uncrate, aunque nunca en su vida se haya comprado algo de ahí. ya con sol se anima a salir, a caminar por el parque. a saludar al par de caras que supieron ganarse su confianza. o, mejor dicho, caras que ahora confían en que no es un porteño pelotudo. un poco raro, sí, pero con el tino sufienciente como para guardarse sus vicios y perversiones detrás de los postigos. siente que nadie lo juzga [más]. siente que camina y que saluda y que, como haría revoira lynch, se para, se apoya en la puerta del galpón y le pregunta al viejo ¿y, don, va a llover? el otro se siente participado. se siente importante. y contesta. y luce esas frases que son de campo. se tira las clásicas y se inventa otras. cortas, eso sí, haikus camperos que seguro piensa con el mate entre las manos, o mientras se rasca el culo con el talero, o se garcha la nueva paraguaya del garito cruzando el puente. es que ahora hay guita fresca. el muchacho la trajo. y es generoso. no como su padre. y si bien lo conocen desde que era chico, lo tienen como el niño bien que estudió y no mucho más, y a veces algunos añoran una que otra puteada que los ponga en vereda. digo, su padre sí que los cascaba. y ellos bajaban el cogote y disfrutaban de la reprimenda. porque, en el fondo, el lunes el hombre se iba. ahora lo tienen a él todo el día. y les da plata cada quince. y bueno, tanto no les molesta. la mañana sigue con él montado en un caballo viejo y algo desgreñado. no tenía nombre. él le puso papa frita. le gustan las cosas averiadas. por eso anda con el auto con pocitos en el techo, algo que desnuda ese afán por conservar lo roto, y que fue producto del granizo del 2006 [¿o fue en 2005?]. le gustó que el auto tuviera sus marcas de guerra. y rompió esa costumbre de cambiarlo cado dos.
y esto sólo pasa a la mañana. digo, esto de repasar esa rutina. y dar cuenta de sus pasos. a la tarde, a la tarde es otra cosa. y no para ahora.

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