martes, febrero 24, 2009

 

capítulo treinta y cinco

[buscó en los cajones. por algún lado tenía que estar. oía al aparato pero no lo encontraba. estaba ahí, lo escuchaba. hacía ruido. y al lado de esa cruz de madera, chiquita, y entre las medallas del sic, lo encontró. andá a saber porqué lo había metido ahí.]
hola, hola, gritó. llegó tarde. llamada perdida. y de un número privado. suposo que era ella. su laburo tiene centralita. nunca sé quién es cuando me llama. quería hablar con ella. se sentó en la cama. los papeles revueltos asomaban desde el cajón despintado. prendió la lámpara. se acomodó un poquito mejor y empezó a hurgar en su pasado. y encontró fotos viejas. muy viejas. de esas que se sacaban con esas cámaras finitas, chatitas. y que ya salían viejas, las fotos. y se vio con una camiseta de fútbol y una torta de cumpleaños y un paseo por las nubes y su primer viaje en subterráneo y un scooby doo de interama inflando globos y un brasil que hoy ya no existe y unas caras que mejor no reconocer. la melancolía no es propia de él. su pasado lo tiene enterrado. de hecho, tiene varios muertos por ahí. digo, de los de en serio y los del sentido figurado. y prefiere llegar a ellos en ocasiones contadas, en momentos controlados. en esas tardes masoquistas en las que se castiga buscando un razón para su presente. cree que esas fotos, algún que otro papel y hasta las cuatro porquerías que guarda le van a dar una pista. pero sirven para lo contrario. para consolorarse. para darse una palmada en la espalda y decir que está haciendo lo que puede. y lo que quiere. y al rato tira todo adentro [¿habrá entrado así el celular en el cajón?] y se pone a ver tele. la pantalla plana lo atrapa y la señal digital lo puede. piensa que ver los más ínfimos gestos de un tipo como messi corriendo detrás de la pelota es comparable con lo que debe haber sentido pasteur cuando encontró los cosos esos de la rabia. se siente, en fin, un científico que estudia la carótida de los futbolistas del barcelona. no es hincha del barcelona. ya ni se acuerda qué equipo prefiere que gane. sólo ve las caras, las muecas, los golpes y esos gajos de pelota que dan vueltas y vueltas hasta el fondo del arco. es su historia que da vueltas. es la digitalización de su pasado. se siente la pelota. y le gusta rebotar. se tiró en la cama y se quedó dormido. tiene el teléfono en una mano. su pija en la otra. no sabe cómo llegó hasta ahí. cierra los ojos y se hace la paja. piensa en su pasado. piensa en esa chica que lo deslumbró una vez en el centro. tendría ¿trece años? sí, supongo. o doce y se ve en el centro. con un par de amigos y una caminata por lavalle y florida. en una de esas esquina dobla en maipú. hay una galería y unos jueguitos. hay uno de esos en que uno pega con una masa y sube algo. y él se tira para atrás para que el tipo que está con la masa no lo golpeé. y se tropieza, de espaldas, con ella. tiene su misma edad. y él la mira y le encanta. porque eso pasó, la encantó. un hechizo. y ahora se acuerda que esa noche se hizo la paja pensando en esa cara. la recuerda. se la acuerda. la puede describir con los ojos cerrados, con la precisión de un ciego. y hasta se acuerda de la campera azul, tipo michelin, que tenía puesta. él. porque de ella se acuerda el pelo y una trenza, los ojos y esa nariz. su boca. ¿llevaba suéter? a quinén concha le importa. y se pasa a otro recuerdo, ya en el casi. no era del casi, era del sic. pero vivía cerca y se pasaba las tardes ahí. y está en quinto grado, sexto tal vez. y otra chica en su recuerdo. más chica por supuesto. y tiene nombre extranjero. y tiene esa sonrisa. se le para la pija, por la acción de la mano pero también porque se ve en otro momento de su vida. en un pasado que es hoy. no es un perverso. está en quinto o en sexto grado. y con esas ganas, con esa cosa de no sé mucho lo que estoy haciendo porque los curas dicen que está mal, se toca. y ahora cambia y se hace un fast forward hasta ¿los dieciocho? y un cabaret en la ruta, está solo en una provincia con montañas. llegó hasta ahí de paso. y se toma una cerveza y mira una chica bailar. y ésta se viene después a su mesa y le pide otra cerveza. esta está desnuda. y se acuerda sólo de sus tetas. y de sus manos. porque se hace la señal de la cruz cuando la llaman de vuelta para bailar. está desnuda. ¿y se arrodilla? tal vez. y él pagó quince cervezas que no tómo pero que el muchacho de la puerta le dijo que eran quince y las pagó como un duque. y se fue a la terminal y se tomó otro bondi. y se pajeó en el bondi. y de repente empiezan a caer todas las chicas, todas, todas, las que ve todos los días en la calle, en el subte, en el 102, las chicas lindas y ricas con tristeza y las feas con encanto y tetas grandes de la niñez y la adolescencia y la posadolescencia y a todas les dice te quiero y a todas les pide algo. y a todas las quiere coger. y no puede. no con todas. de a poco algunas caen. otras se enamoran y las más lo patean. y él se divierte y en la tele hay un gol. y él ya no lo escucha. explota. transpira. se desangra, se vacía de leche acumulada por décadas. por esas que nunca ni siquiera tocó. a las que nunca habló. y ahora el teléfono está manchado. se para. camina hasta el baño. sube las escaleras y mira por el ventanal. el río está allá, lejos. oscuro. el reflejo de su cara también le devuelve oscuridad; es sábado y el sol se pone, alguien grita gol y le ve las venas. él se produjo un corte salvador. expió la calentura. se acordó de todas y todas por ese instante lo quisieron. lo quisieron coger. se pega un baño. se seca, manda un mensaje de texto. la va a pasar a buscar. por suerte trabaja hoy. por suerte puedo estar solo. por suerte me acuerdo de pelotudeces.

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