martes, noviembre 11, 2008
capítulo ocho
[dedicado a una eminencia blogger, que hoy cymple años.]
[estuvo ausente, y al teléfono no lo atendió nunca. cuando llegó de brasil, escuchó los mensajes, pero eran más de lo mismo. prefirió dedicarse a bajar los videos y fotos que había sacado. sip, brasil estuvo bueno, pero terminó muy cansado.]
cierra el libro. era el que había buscado por años. y le daba cosa, entonces, empezar a leerlo. no quería terminarlo. y para evitar eso, leía revistas viejas. y repasaba cuadernos de otras fases de su vida. y cuadernos ajenos también. se quedaba en la computadora por horas. todo para no leer el libro. ¿le habían gustado los otros dos? sí. ¿por qué? qué sé yo. no soy de esas personas que recuerdan pasajes. apenas y guardo en mi memoria algún nombre de personajes o al autor. su acervo cultural es como una planilla de excel muy simple. en una columna van las cosas hechas, en la otra, dos sentencias según la ocasión: me gustó; no me gustó. entonces tenía los otros dos libros de la serie de hm entre el haber, en la casilla de me gustó. a tolkien, por citar a alguien a quien la gente de su entorno parece haber disfrutado, por ejemplo, lo tenía en el no me gustó. a una noche con sabrina love lo tenía en me gustó [con matices]. a la película de agresti del mismo nombre la tenía en las de no me gustó pero con un asterisco: julieta cardinali tiene tetas bizcas. así la vida se desliza en cuadraditos estéticos que, sin embargo, hay veces que pueden mutar. the beach, por ejemplo, no le gustó en la primera mirada. sí alucinó con trainspotting. pero dany boyle no lo convenció de una y con leo a la cabeza. pero escuchó el disco y entonces sí, entró the beach de nuevo y ya le gustó. y leo le empezó a cuajar más [titanic era un afirmativo]. y la captó. digo, no fue un manifiesto. fue una película. y está bien llevada. hasta, si querés, le gustó la versión para cine de american psycho siguiendo una rutina parecida: cuando salió del cine no le gustó; a los siete días la idea era otra. y, mirá vos, hasta hizo que releyera el libro que, por supuesto, le había gustado. pat bateman, en libro y con la cara de christina bale, entonces, al cluster del me gustó por dos. eso resolvía muchas cosas para él y lo hacían parecer simple. al menos era lo que pensaba la chica del celular. la que llamaba, no las de las fotos. la que lo llamó esa vez. y las anteriores. digo, era simple. simplemente inescrutable. o engañoso. o el capricho en el que se había sumido en ese año de su vida lo condujeron a la repetida acción de cliquear ignorar en el celular. no, no te voy a atender se decía cada vez que sonaba el teléfono. ya no vivían juntos. ya no comían juntos. y había dejado de coger hace algunos días previos al viaje a brasil. ni siquiera programaba esas cogidas. se encontraban porque trabajaban en el mismo lugar. y si alguien salía a atender a algún cliente insatisfecho, ella lo atendía a él. caía de rodillas y sólo le bajaba la bragueta. se la chupaba. tragaba y se iba. a veces se le sentaba, saltaba y se iba. cinco minutos por vez. a él le gustaba. le daba la idea de que se estaba cogiendo a maggie gyllenhaal en versión colega y sudaca. ella nunca hasta entonces se había comportado así. él tampoco. la distancia sensorial lo calentaba. pero un día dijo basta y ahora de vez en cuando escribe en su libreta de apuntes, que alguna vez piensa transformar en un manual de autoyuda para rupturas conflictivas, que el sexo sin amor es necesario para terminar una relación como es debido. o la calentura. o hasta que la próxima aparezca. pero ella no. ella debe haber leído en la cosmopolitan que así el macho alpha se aferra con ganas a la stacy malibú y que por eso debe insistir. pero falló. la cosmopolitan. y ahora volvió a lo de antes. y las llamadas se repiten a toda hora. y en todo lugar. y a veces se despierta a la noche -sin siquiera saber dónde está- para tratar de calmar a una persona que, ante los ojos del mundo, es normal, pero que a esta altura, ya dan ganas de empujarla por el balcón. todo esto lo piensa mientras, ahora, maneja hasta el campo. para en la cabina del peaje, mira a la mina y, mentalmente, la pone en la otra planilla de excel que encolumna su días, las de cogibles y no cogibles. y le sonríe y le dice buenas tardes y te enchastré la jeta en mi cabeza. gracias, quedate con las monedas, todo bien, no te preocupes. como acompañante tiene al libro. ese libro. no sabe si lo va a leer. lo lleva. está a punto de convertirlo en un objeto de afecto, en una de esas cosas que uno siempre moviliza consigo cuando decide dar una vuelta por algún lado: uno se lleva el reloj, la billetera, la laptop, el teléfono, el ipod, los parlantes del ipod, los cables del ipod, cargadores varios, cigarrillos, encendedor y ahora el libro. lo lleva. no lo lee. no creo que en todo ese fin de semana en el campo haya adelantado una sola hoja del libro. por esa cosa no de terminarlo. o por no saber, luego de la última página, en qué casillero de su planilla lo anotará.