miércoles, octubre 08, 2008

 

capítulo uno

[nunca se pudo desprender del teléfono, por lo que tuvo que responderle, aunque no quería. sabía lo que le iba a pedir; lo mismo había pasado la noche anterior. y la semana anterior. toda su historia se remitía a insistencias parecidas y hasta iguales. bufó y atendió.]
sus pasos gambetearon la baldoza rota. con el teléfono aún la mano, con la oreja sangrando todavía, miró al cielo y vio que había sol. no se había dado cuenta, caminaba por la cuadra de la sombra. cruzó santa fe en dirección al bajo a la altura de san nicolás. esquivó a un mendigo descalzo y al pasar por la puerta de esa vieja amiga se preguntó sobre su vida [se sorprendió, por otra parte, de no adosarle ningún componente sexual al recuerdo]. guardó el teléfono y se apuró en cruzar talcahuano. quizás llegaría a tiempo. o mejor no. pensó en todo lo que tenía que hacer antes de eso. son muchas cosas, muchas. y como un boludo me tengo que hacer cargo. no por valiente, por boludo. porque tengo ganas. porque me tiene ocupado. y al decirse esto, tanteó, mecánicamente, si el teléfono en el bolsillo vibraba. acto reflejo. alguien, en alguna parte, te está observando. pero cambió de tema, se prendió un cigarrillo y buscó a alguna persona con pinta de tomarse en serio el aspecto sano de la vida para tirarle humo cuando pasara. la elegida fue una treintañera de calzas, zapatillas nike al tono e ipod en las orejas que hizo una mueca. disfrutar de esas pequeñas maldades era su morbo. aunque se castigó, mentalmente, por haber elegido una víctima obvia. la destreza en esparcir partículas de cáncer en la jeta a alguien debía ser aplicado a esa clase de personas que no evidencian su grado de fanatismo por correr en cuanta media maratón estúpida se organiza en la ciudad. para entonces, ya había llegado a la 9 de julio. y en el semáforo se paró. miró hacia el lado del río. ¿qué voy a hacer ahora?

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