miércoles, marzo 15, 2006
otoño
siempre me doy cuenta de que el verano se acaba cuando, en el colectivo de vuelta a casa, noto que la luz de lectura no es la misma. es algo sutil. un degradé solar que de forma paulatina oscurece los asientos del 130, desde fines de febrero hasta bien entrado marzo. a veces, sin embargo, no me doy cuenta y me sorprendo cuando veo en la plaza vecina al tupper del décimo piso de la calle ugarte que los faroles están prendidos. no hay frío en marzo. hay sombras. que se van alargando. y que esconden o empujan a la gente a otros lados. como las amigas que hasta hace un par de días se seguían reuniendo en los canteros de la plaza, a tomar mate y a contarse las vidas de sus maridos e hijos. o como la pareja de enamorados del subte, dos personas realmente feas: ella la vi una vez subiéndose en la cabina del conductor; él creo que era boletero; los dos aprovechaban sus descansos para encontrarse en un banco de la plaza; me gustaba pensar que su amor era furtivo, porque él llegaba primero y al rato aparecía ella y lo primero que hacían era romperse la boca con un beso; amor clandestino de subterráneo, vestidos de celeste y con cara de ilegal felicidad; lo más curioso es que ellos tenían que salir a la luz para esconderse, al contrario de cualquier otro mortal, porque en la oscuridad de la estación congreso los podían ver. y así el otoño va ganando la batalla contra el sol, empujándolo a un paralelo distinto, obligando al sol a girar más cerca del otro trópico y a causar esa insalubre costumbre en los seres humanos que es la de ponerlos melancólicos al pedo.